Transitando

Transitando

Por Uriel Jiménez

Y de repente todo cambia, la realidad nos arrastra y todo aquello que parecía una certeza se difumina ante nuestros ojos. Las dinámicas más comunes se complican y las actividades cotidianas son misiones kamikaze, sobre todo si vives en la periferia.

Lo recuerdo bien, eran los primeros días de un nuevo año, 2021 recién comenzaba y la situación era suficientemente trágica como para pensar que podía empeorar. Pero las circunstancias no estaban a nuestro contentillo, la ciudad aún tenía varios niveles de dificultad guardados bajo la manga y lo demostró a la menor provocación. 

Día a día recorría la ciudad para llegar de Xochimilco a Chapultepec, donde se encontraba mi trabajo, era un viaje dividido en dos partes; la primera consistía en un recorrido de una hora diez minutos desde el embarcadero Fernando Celada a Pino Suárez, la terminal del camión ruta 10; la segunda parte era tomar el metro en Pino Suarez, dirección Observatorio, hasta Chapultepec, lo cual me tomaba media hora más. En condiciones normales este recorrido podría parecer fácil para cualquier chilango experimentado, sin embargo, con un virus poco conocido entre nosotros, las aglomeraciones tan características del transporte público eran motivo de angustia diaria. 

Del primer tramo no tengo la menor idea de la cantidad de personas que estadísticamente me acompañaban, pero vacío no iba, sino todo lo contrario. En cuanto al segundo, de acuerdo al INEGI el Metro tiene capacidad de transportar poco más de 1,500 pasajeros en un solo tren y abordan cerca de 4.6 millones de personas al día; por más que lo quisiera evitar, era la mejor opción para llegar a mi destino, o eso creía, hasta la tarde del 9 de enero en la cual se reportó un incendio en el Puesto Central de Control I del Metro, lo cual inhabilitó las líneas 1,2,3,4,5, y 6. Este incidente me obligó – una vez más – a improvisar. 

El segundo día de la ausencia del Metro se empezó a dar un servicio de apoyo con camiones. Escéptico sobre la eficacia de estos, caminé unas cuadras, en las cuales confirmé mi hipótesis; mi caminar era más rápido que el avance de las unidades que pretendían suplir el metro, pero no tan rápido como para llegar caminando a mi trabajo por lo cual tuve que tomar un taxi.

Consciente de que en mi presupuesto no había cabida a utilizar taxi diario, opté por llegar media hora antes para usar los camiones, utilizando un total de cuatro horas de mi vida diariamente entre ir y venir. Sin embargo, esto no duró mucho, el 12 de enero – tan solo tres días después de la pérdida del Puesto Central de Control – anunciaron una noticia que cambiaría mi vida ECOBICI APOYA, 6 meses por solo $120 pesos fue lo primero que alcancé a leer mientras inspeccionaba Facebook – Me detuve a leer las letras pequeñas – Se trataba de una promoción para que pudieras hacer uso del sistema público de bicicletas a un bajo costo. Hice cuentas rápido y descubrí que el precio por un mes de esta promoción equivalía tan solo a lo que me gastaba en 4 viajes en el metro, así que no lo dudé ni un instante y tramité el servicio; no sabía cómo se usaba, pero estaba seguro de haber visto una estación por Pino Suarez y muchas otras por Chapultepec, lo cual me parecía información suficiente.  

El pago del servició lo realicé en horario laboral y con la complicidad de una compañera pude zafarme una hora para ir a probar suerte con la ecobici. Bien podría hacerlo saliendo, pero cierta emoción invadió mi cuerpo y no pude esperar. Aunque también pudo haber sido que en realidad ese día no tenía muchos ánimos de trabajar – como sea – partí a la misión. 

La forma de hacer uso de las bicis es bastante sencilla; llegas a la cicloestación y tecleas en un poste que se encuentra junto a las bicis el número de cuenta y la contraseña que te proporcionan vía correo electrónico al pagar y listo, se libera una bici para que la puedas ocupar durante una hora. Al realizar este proceso por primera vez solo pude pensar asombrado que elegancia la de Francia, y aunque la frase sea chistosa, hasta cierto punto es cierto; Se sabe que durante el porfiriato la clase social alta en México aspiraba a replicar muchos aspectos de la cultura y estética francesa, especialmente en esta parte de la ciudad, por lo cual no me sorprendía que este avance se encontrara aquí y no en otro lugar, hasta recordé que en Chapu hay una estatua en honor a Manuel Gutierrez Najera y que en la prepa me contaron lo que ahora les cuento porque tuvimos que revisar su famoso poema La duquesa de Job.  

Con la idea anterior en mente, como prueba piloto decidí irme en bici a ver esa estatua porque no se me ocurría ningún otro lugar al que me interesara llegar en ese momento y el recorrido no me tomaría mucho tiempo, lo cual estaba bien considerando que me encontraba en horario laboral. Me subí a la bicicleta y me puse a pedalear por la ciclovía.

Mientras avanzaba mis muslos se empezaban a dilatar, el aire pegaba en las mejillas y mi respiración se aceleraba a la par de que contemplaba la ciudad de forma diferente. Pasé junto a los grandes edificios y los jardines que están después, miré el museo Tamayo a lo lejos hasta que llegué a la parada del metrobus Antropología, llamado así porque está justo enfrente del Museo Nacional de Antropología. Me detuve a esperar el alto y crucé para entrar al bosque de Chapultepec por la puerta conocida como grutas, en donde está una librería Porrúa muy grande en la cual puedes pasar a tomar un café, pero que es poco concurrida porque justo enfrente hay un Starbucks el hábitat natural de las personas de los alrededores. 

Ya dentro del bosque la situación no hizo más que mejorar, de hecho, los lagos me distrajeron de mi destino principal al cual jamás llegué. Ir en bici bajo los grandes árboles que rodean los lagos de la primera sección me hizo sentir paz durante unos breves minutos, hasta que recordé que tenía que volver al trabajo. Salí por donde entré y dejé la bicicleta en una cicloestación que se encuentra justo a unos metros de la parada del metrobus en el lado de la acera donde está el museo de antropología, pues mi área de trabajo se encontraba a la mitad de la cicloestación donde empezó mi recorrido y en donde terminó, por lo cual me convenía más caminar. 

No podía creer lo ameno que es el transportarse en bici por esa parte de la ciudad. De repente un sentir agridulce se apoderó de mí: ¿Por qué no existe esto en Xochimilco y tuvieron que pasar 23 años de mi vida y el incendio del Puesto Central de Control para que pudiera vivir esta experiencia? Antes de quedarnos sin metro ya era una opción viable, pero toda mi vida las vi como un adorno más en la ciudad, no como un transporte dirigido a mí, y es que tal vez, de hecho, no estaba dirigido a mí. 

Yo no habitaba esa parte de la ciudad, mi tránsito era temporal como mi trabajo, en realidad tal vez por eso nunca se me ocurrió la opción de tomar la ecobici como transporte. Lo que descubrí al contratarla es que, en condiciones normales, solo hay de dos: pagar cien pesos por día, lo que seguramente va dirigido a turistas o pagar $400 por todo el año, lo cual, aunque es barato, está de pensarse pues duele desembolsar esa cantidad de un solo golpe, más aún a sabiendas de que no la utilizaría todo el año, porque mi chamba terminaría pronto. 

Tener este servicio en Xochimilco sería maravilloso, pero seguro no está en los planes de movilidad a corto plazo. El metrobús se inauguró en 2005 y hasta el 2021 pudimos tener uno en la alcaldía, tan solo tuvimos que esperar 16 años. En este sentido, la ecobici inició sus operaciones en 2010, si seguimos la misma lógica que con el metrobús, será por el 2026 que se expandirá lo suficiente para que pueda hacer uso de ellas cerca de mi casa.

Durante los pocos meses que me sobraban de trabajo no volví a pisar el metro, ni aún después de que este se reactivó. Andar en bici era lo que le daba propósito a salir de casa diario y el trabajo me quedaba de paso, especialmente los domingos cuando cerraban reforma para el paseo dominical. Descubrí calles que no conocía, empecé a tener más energía y a sentirme en forma, de hecho, hubo un momento en que las personas con las que trabajaba también empezaron a usar la bici, al vivir todas y todos lejos de nuestro centro de trabajo; era una forma de llegar al segundo transporte y en ocasiones hasta rodábamos en bola. 

Esto lo reflexiono mientras voy al trabajo, otro trabajo, no el que tenía cuando todo lo que les cuento pasó – lo cual es un problema de la generación condenada a la inestabilidad en todos los ámbitos, sobre todo en el laboral – en un camión atiborrado de gente; Lo cual me recuerda que atravesamos por una tercera ola de covid, escenario donde me sentiría más seguro en la bicicleta y que, de hecho, hace poco México recibió reconocimiento internacional por la ecobici, en este reconocimiento se mencionaba esta forma de transporte como una alternativa para disminuir los contagios; las autoridades muy orgullosas porque estamos en una ciudad innovadora en los servicios públicos, pero sin mencionar que es disfrutable solo para algunas personas, dependiendo de la zona en la que vivas. Por ahora no queda más que invertir en un buen cubre bocas y seguir con las misiones kamikaze para transitar  por la ciudad. 

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*Esta crónica forma parte del libro: «Crónicas comunitarias, todas las historias cuentan» un compendio de más de 20 crónicas realizadas durante el Taller de crónica escrita y audiovisual en el marco del programa social Colectivos Culturales Comunitarios de la CDMX 2021 de la Secretaría de Cultura de la CDMX*

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Redacción

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