La Quinceañera Guerrera

La Quinceañera Guerrera

Por Luz Yoseth Aguirre Arellano

Nada es más impresionante para el ser humano como sus propias expresiones, tal es el caso del culto a la Santa Muerte, que se ha extendido por México, América Latina y Centroamérica.

Popularmente se asocia a sus seguidores con delincuencia, narcotráfico, prostitución, drogadicción y en general, a la población que se encuentra desplazada por la sociedad. Los creyentes de la «Niña Blanca» -como ellos la llaman- encuentran en este culto un refugio de la cotidianidad en que viven, así lo narra el señor Raúl Aguilar quien estuvo a cargo de «los XV años de la princesa de los Guerreros”.

En la Unidad Habitacional Manuel M. López III ubicada en la colonia Santa Ana Poniente en Tláhuac, Ciudad de México, tiene una fachada de madera con la puerta peatonal siempre abierta, justo enfrente se pone el tianguis de la colonia los lunes y jueves por lo que se asoma el anuncio “baño público $5”. La entrada siempre huele a marihuana y basura, al costado de la puerta hay un sillón viejo donde siempre se encuentra una persona cuidando que no pasen extraños.

En la unidad hay una planta de reciclaje de basura, por eso el olor y de ahí que los vecinos de zonas aledañas los conozcan como los basureros, una comunidad que podría parecer hostil y de cuidado sin embargo, en el estacionamiento -que sirve como patio central ya que casi ninguno de los vecinos cuenta con auto- alberga un santuario en honor a la Santa Muerte, hogar de una imagen de metro y medio, a quien han festejado año con año desde su llegada a la unidad; el 24 de julio celebra su 15 aniversario y todos quienes la apadrinan se aseguraron de darle una fiesta digna de una quinceañera. 

La fiesta se comienza a organizar con muchos meses de anticipación, pues los habitantes y trabajadores de esta unidad se dedican, principalmente a la recolección de basura para la planta que se encuentra ahí, eso no impide una excelente organización, al punto de lograr que la mayoría de los asistentes portaran playeras negras con imágenes de la Santa Muerte y en la espalda sus nombres junto con la frase “Soy Guerrero”.

La  Señora Yolanda, iniciadora de esta tradición, afirma: “nosotros vivimos al día, no nos sobra el dinero pero hacemos un esfuercito para darle a ella todo lo que le prometimos y así nunca nos falte nada”, mientras sacaba no más de 50 pesos en cambio de su bolsa para mostrar que, en efecto, solo traía lo necesario. Sin embargo, la fiesta aguardaba sorpresas para todo el día, “ella te cumple lo que le pidas, siempre tienes que darle algo a cambio; solo promete cosas que puedas darle, y nunca te irá mal. Hoy casi todos mis compadres le pagan lo que le pidieron en el año”

Los compadres de la señora Yolanda son los otros creyentes, que han apadrinado juntos a la imagen durante los últimos 15 años, entre quienes se formó una relación tan cercana que se volvieron compadres reales, apadrinando a sus hijos entre sí.

Así es como juntan día con día del año el dinero suficiente para tirar la casa por la ventana, como la familia de José León, quienes ponen toda la comida del evento en la que invierten aproximadamente 15 mil pesos o la señora Martha García que entre decoración, pirotecnia, sonido e iluminación gasta alrededor de 8 mil pesos.

También está el señor Alan Flores, mejor conocido como el Padrino, quien paga en su totalidad la banda que cuyo tamborazo da inicio al evento.

Los vecinos ya estaban listos y reunidos en el estacionamiento del evento para poder acompañar a la Santa en su recorrido por todo el barrio de Zapotitla y la Estación, así, con el estallar de los cohetes todos los Guerreros van anunciando su paso detrás de la quinceañera que luce un vestido rosa, largo y hampón, cortesía de la señora Julia quien hace su vestuario desde hace 13 años.

Detrás de la Muerte bien arreglada, la banda y algunos toritos de fuegos pirotécnicos, van sus Guerreros bailando al ritmo de la música, cargando otras imágenes más pequeñas, mientras se rotan para cargar a la principal. 

A los costados del desfile, caminando sobre la banqueta, se encuentran los niños en una pelotilla bailando, comiendo papitas y tomando refrescos, parecen gozar tanto el recorrido como los adultos que van bebiendo cerveza y fumando tabaco o marihuana, sin quitarle los ojos a los menores. Conforme avanzan se apropian de las calles donde crecieron y les pertenecen.

Con el ánimo de fiesta en aumento recorren el barrio, hasta volver a casa donde se encontró todo el estacionamiento de la unidad luciendo perfectamente adornado con globos rosas y blancos, están las lonas colocadas y sillas alrededor del santuario, que funge como la mesa de honor.

A la llegada Juan y su familia, se dieron a la tarea de repartir jugos y tortas a todos hicieron el recorrido. Hacen esta acción cada año a manera de ofrenda a la Santa Muerte para que no les falte comida ni trabajo durante todo el año.

Enseguida empieza una danza ritual frente a la imagen, durante dos horas hay danzantes descalzos con ropas típicas de la América Precolombina. Según Francisco Martínez, uno de los danzantes, este rito va dirigido a la Diosa Azteca de la muerte Mictecacihuatl, en su concepción, esta Diosa y la Santa Muerte en esencia son la misma.

Mientras tanto, el señor Raúl se encarga de sacar decenas de imágenes diversas que se encontraban dentro del santuario para ser regaladas entre los asistentes, todas van “juradas”, es decir, las bañan con un líquido “especial” para limpiar la energía de su anterior dueño y de esta forma, todas las características positivas de la imagen sean eficaces: las imágenes blancas son para tener paz, doradas para atraer el dinero, azules para la protección, rojo para el amor. Si alguna se rompe, quiere decir que está cargada de mala energía, no se pueden reparar.

Quienes tomaron alguna de las imágenes regaladas, las llevan enseguida con los danzantes, quienes las humidifican para dejarlas aún más limpias de energías anteriores.

El ritual dancístico no es el único durante el día e inmediatamente después, el chamán -quien se negó a revelar su identidad- nos guío en un rosario que pareciera ser idéntico al que se reza a la Virgen María, pero cierra diferente con un “Santa Muerte, líbranos de todo mal”.

Al finalizar los 40 minutos de rosario significa el comienzo de la fiesta, después de esto los niños se van corriendo detrás del cúmulo de sillas para jugar y los consumidores de marihuana también se alejan hacia la entrada de la unidad. Mientras todos se están moviendo se escucha la trompeta del mariachi a lo lejos entonando las mañanitas que todos cantan con euforia, muchos se levantan de su asiento, animados por el alcohol y gritan peticiones musicales al conjunto, entonces cantan y bailan con gusto frente a la santa.

A la hora exacta tienen que retirarse, pero mientras suena “Cielo Rojo” como la última de las piezas que entonan, se escucha la tambora entrar, porque ahí viene la banda Norteña lista para deleitar al público con sus melodías.

El ambiente era totalmente de fiesta, bailaban papás e hijas, parejas amorosas, un grupo de chicas coreaban en el lado derecho de la banda las canciones. Todos los grupos musicales y el entretenimiento que más adelante llegaría, se colocó frente al santuario de la Santa, asegurándose estuviera en primera línea para disfrutar de todo el evento.

Mientras tanto, la familia de José León movían mesas y sillas para comenzar a servir la comida. Retacando platos de carnitas y arroz, dando a todos los presentes, sin excepción, asegurándose que en ninguna mesa faltara salsa, nopales, servilletas, vasos o refrescos.

Las horas pasaban así como el entretenimiento, donde el show de los payasos nos regaló una hora completa de risas y chistes cargados de doble sentido a pesar de haber decenas de niños ahí -quienes entendían perfecto cada referencia y se reían a carcajadas- después un espectáculo de lucha libre en vivo y al término de la pelea, el ring se convirtió en el escenario perfecto de juegos para la infancia.

Otra banda llegó en medio de la discusión entre los niños y los luchadores en el intento de los profesionales por evitar que jugarán en el ring, sin embargo los menores no pretendían bajarse del ring, apoyados por los papás quienes gritaban “ya pagamos, dejen que jueguen”. 

Hasta que después de las 7 de la tarde llegó un dj que animará el resto de la fiesta, ya casi sin niños a la vista, con la Santa viendo a todos sus Guerreros. El alcohol, la marihuana, los cigarros y demás sustancias corrían de forma visible entre los asistentes, nadie los veía mal, ni los juzgaba. 

Tan mal acostumbrados están a las críticas y que los vean por encima del hombro que la mayoría se acercó conmigo a pedirme que no me asustara ni me fuera, “no somos malos, pero cuando creces entre la basura necesitas distracción” me dijo un muchacho cuya playera decía el Truchita.

“No muchacha, nosotros somos gente decente trabajamos de sol a sol, eso que dicen que los que creemos en la santísima nada más nos dedicamos a la droga no pueden entender lo que se siente no pertenecer” me dijo el hijo mayor de el padrino, mientras le regresaba un cigarro a su hermano que también comentó: “ellos no saben lo que la Santa hace por nosotros… igual, todos vamos con ella al final, creas o no.”

*Esta crónica forma parte del libro: «Crónicas comunitarias, todas las historias cuentan» un compendio de más de 20 crónicas realizadas durante el Taller de crónica escrita y audiovisual en el marco del programa social Colectivos Culturales Comunitarios de la CDMX 2021 de la Secretaría de Cultura de la CDMX*

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Redacción

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