Mujeres con la guardia bien puesta

Mujeres con la guardia bien puesta

Por Daniela Díaz

Aún recuerdo la primera vez que pisé el ring de la monumental Arena México, con los guantes bien puestos de un tono rojo brillante y el corazón latiendo a un ritmo descomunal: Al salir de los vestidores todo se tornó oscuro; la música a todo volumen inundaba el recinto para amenizar la velada que se acompañaba con luces brillantes entremezcladas para anunciar al espectador que la función estaba por comenzar. “Y en la esquina roja, de ciudad Neza, Danielaaaaaa Díaaaaaz”, ésa era mi señal. Salí por el pasillo acompañada por mi manager con los nervios a flor de piel y en mi cabeza resonaban las porras del público. Con algo de torpeza crucé las cuerdas y, una vez bien plantada en el cuadrilátero, me concentré en escuchar las instrucciones del réferi. Chocamos los guantes y sonó la campana…

Un mismo sueño

Al igual que mis compañeras amateurs, yo soñaba con convertirme en boxeadora profesional y, por qué no, llegar a ser campeona del mundo, por eso en cada contienda siempre buscaba dar lo mejor de mí, entregarme al máximo, aun cuando sentía que ya no podía más. 

“¿Contra quién vas?”, era la pregunta que se escuchaba en los vestidores. Y es que era un mundo muy pequeño, todas nos conocíamos, y más que ser enemigas, abajo del ring éramos mucho más, éramos compañeras que compartían las mismas ilusiones, los mismos sueños y el hambre de triunfo. En el cuadrilátero nos volvíamos rivales, cada una buscaba dar lo mejor de sí, para que al final de la contienda fuera su mano la que el referí levantara; pero una vez terminada la pelea, un abrazo afectuoso y deportivo nos recordaba que toda la rivalidad terminaba ahí, en ese preciso momento. 

Desde que me inicié en este deporte, tomé como inspiración a Ana María “La Guerrera” Torres y a Jackie Nava, dos grandes mujeres de quienes me atrevería a afirmar que no existen niñas dentro de la disciplina boxística que no las reconozcan y admiren. Basta con mirar los abdominales bien trabajados de Jackie a sus más de 40 años para motivarse a cumplir con un régimen alimenticio; a la fecha, ella nos invita a disfrutar de gran espectáculo en cada función: siempre aguerrida, con una técnica impresionante y una condición física que al término de las peleas se queda “con ganas de más”. Pero ellas no son las únicas boxeadoras que sirven como referentes para las jovencitas que aspiran a convertirse en profesionales: actualmente hay once mexicanas que son campeonas mundiales en este deporte –tanto del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), como de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB). Estas cifras demuestran que sí se puede, lo que brinda esperanza a las nuevas promesas para perseguir sus sueños: poder portar un cinturón de campeonato. 

¿Apoyo de quién?

Atreverse a dar el salto del boxeo aficionado al profesional puede representar un gran reto y una decisión muy difícil de tomar. Es muy importante contar con el apoyo o respaldo de alguien, tanto en el ámbito económico como en el aspecto emocional –llámese familia, patrocinador, entrenador, promotor, etcétera– para que el camino en el boxeo profesional no resulte tan difícil de andar y, sobre todo, no tirar la toalla.

Muchas de las chicas deciden abandonar sus estudios académicos para concentrarse en los entrenamientos, mientras otras tantas optan por combinar ambos aspectos y terminar una carrera profesional. Sin embargo, conseguir organizar sus tiempos para no descuidar el ámbito académico sin perder de vista la parte atlética, puede representar un gran reto. Muchas de las jovencitas deciden debutar en el boxeo profesional a muy temprana edad para conseguir una carrera larga y exitosa en el deporte de los puños. Por ejemplo, Yesenia «Niña» Gómez debutó a los 15 años de edad y en 2018 –a sus 22 años– se convirtió en campeona de peso minimosca del CMB.

El camino no es nada sencillo, por eso resulta indispensable contar con algún tipo de apoyo, sobre todo porque el equipo –zapatillas, guantes, vendas, bucales, protector pélvico, uniformes, careta… y lo que falta por mencionar– y seguir un plan alimenticio para dar el peso es muy costoso.

Recuerdo con nostalgia mi paso por el gimnasio con mis tenis remendados y mis guantes descarapelados, y admito que mi caso no era el único, de hecho era algo muy común. Me sorprende ahora ver tanto cambio con gimnasios que cobran más de mil pesos la mensualidad, los guantes carísimos y las zapatillas como un accesorio. Sí, el boxeo es espectáculo, pero más allá de todo lo que se disfruta en una función, hay muchas cosas que quedan fuera de la vista del espectador. Las pugilistas se forman en el gimnasio a base de sacrificio, lágrimas, sudor y sangre; se curten en intensas sesiones de sparring, a veces contra hombres, y corriendo kilómetros diarios. Como lo expresaría Muhammad Ali: “La pelea se gana o se pierde lejos de testigos, tras las cortinas, en el gimnasio y en la carretera, mucho antes de que me ponga a bailar bajo las luces del ring”.

El boxeo se ha convertido en negocio para todos los involucrados, menos para los pugilistas, y mucho menos para las mujeres. Con respecto al tema, Irma “La Güerita” Sánchez, excampeona mundial, dijo que en ocasiones, en lugar de ganar, termina pagando por boxear. Y es que las bolsas que se llevan las mujeres tras una pelea de campeonato son irrisorias comparadas con las sumas millonarias que reciben los pugilistas varones.  

Todo lo que empieza…

“Una derrota no te define”, me decía constantemente mi coach, “levántate, sacúdete el polvo y sal ahora con más coraje, con más hambre de triunfo”. Desafortunadamente, aquella noche en la Arena México perdí la pelea semifinal del torneo “Guantes de Oro” por decisión dividida, pero nació en mí el deseo de convertirme en boxeadora profesional y llegar a ser campeona del mundo. 

Tras intentarlo varias veces, no pude consolidarlo, probablemente por la falta de apoyo. Justo cuando estaba en el proceso de transición del amateur al profesional, decidí poner fin a mi carrera boxística. Puse en una balanza mi educación profesional y el boxeo; opté por culminar mis estudios académicos.

Hace más de una década de esa noche y, a pesar de que mi sueño se esfumó cuando no pude solventar económicamente los gastos que representaban mis entrenamientos, mi equipo de pelea, mis pasajes, mi alimentación…, me llena de gusto saber que a la mayoría de las chicas con las que combatí, mis compañeras de gimnasio, aquellas jóvenes con las que coincidí en innumerables ocasiones, contaron con el apoyo de sus familias y el día de hoy están logrando cosas muy interesantes en este deporte de los puños.

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*Esta crónica forma parte del libro: «Crónicas comunitarias, todas las historias cuentan» un compendio de más de 20 crónicas realizadas durante el Taller de crónica escrita y audiovisual en el marco del programa social Colectivos Culturales Comunitarios de la CDMX 2021 de la Secretaría de Cultura de la CDMX*

Redacción

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